Escuchando hace un tiempo la radio, me sorprendió un reto que la emisora había propuesto a sus oyentes: mantenerse durante 21 días sin emitir queja alguna. Si se rompía el objetivo, había que comenzar de nuevo a computar los días exitosos.
Lo hicieron como un juego, pero me llamó la atención porque es una actuación muy útil psicológicamente.
Cuando estamos mal, tendemos a manifestarlo de forma excesiva ante los demás. Nos desahogamos quejándonos, y provocamos con ello que nos pregunten sobre cómo nos encontramos, lo que nos da pie para volvernos a quejar. Convertimos nuestro malestar en el tema principal de las conversaciones, generando un círculo vicioso retroalimentado.
Este comportamiento resulta negativo, entre otras, por las siguientes razones:
- nos ubicamos en el «rol de enfermo» (malito, débil, pachucho, con problemas),
- afectamos nuestras relaciones sociales, puesto que nuestros interlocutores adquieren otro rol, el de «cuidador» (buen amigo, preocupado, atento),
- podemos llegar a eximirnos de compromisos y responsabilidades (como «no estamos bien»…),
- terminamos convirtiéndonos en personas «tóxicas», tanto para los demás como para nosotros mismos.
OS INVITO A SEGUIR LA PROPUESTA QUE HACÍAN EN LA RADIO.
Quizás os sorprenda descubrir que, tras un tiempo sin manifestar lo mal que estamos, sin quejas, puede resultar difícil saber qué era lo que nos hacía padecer tanto o sentirnos mal.
Al fin y al cabo, tanto si decimos que estamos bien como si decimos que estamos mal, en ambos casos encontraremos razones para justificarlo.